lunes, 23 de mayo de 2011

SANTA INÉS DE MONTEPULCIANO


(1268 † 1317)
Fiesta: 20 de abril

La vida de nuestra Santa está entretejida entre la heroicidad de sus virtudes y la riqueza de gracias sobrenaturales que el cielo derrama sobre ella. Es una de las santas que gozó de más gracias extraordinarias y demás luces místicas según refieren sus biógrafos, que por cierto los tuvo muy buenos y contemporáneos, que por sí mismos pudieron vivir muchos de los acontecimientos que narran.

Nació por el año 1274 de unos padres bien acomodados y muy buenos cristianos en Gracciano Vecchio, cerca de Montepulciano (Italia). Parece ser que al nacer se iluminó la estancia donde su madre la daba a luz. Llevó una niñez normal pero pronto se despertó en ella el deseo de llevar una vida entregada al Señor por completo y para ello solicitó de unas monjas de Montepulciano que le vistieran su hábito que llamaban «el saco» cuando apenas contaba nueve años de edad.

Fue muy dada a la oración desde que tuvo uso de razón. Parece ser que era una contemplativa precoz. Se retiraba a lo más escondido de su casa y allí pasaba horas y horas entregada a los más tiernos coloquios con el Señor. Rezaba decenas y centenas de Ave Marías y Padrenuestros ensimismada en pensar lo que sus labios pronunciaban. Más de una vez la descubrieron sus padres y deudos arrobada en éxtasis.

En cuanto descubrió el significado de la virtud de la castidad, se consagró en cuerpo y alma al Señor. Pasaba un día de Gracciano Vecchio hacia Montepulciano cuando, según cuenta un biógrafo, una gran bandada de cuervos volaba sobre su cabeza amenazándola. Pero ninguno se atrevió a herirla ni rozarla. Era que pasaba delante de una casa de mala reputación y querían aquellos bichos atemorizarla y obligarla a que también ella formara parte de aquellas pobres mujeres. Su pureza quedó siempre sin mancilla porque trató de evitar cuanto empuja hacia el pecado.

Cuando nada más contaba quince años abrazó la vida religiosa llamando la atención por su entrega sin límites a toda clase de sacrificios y a la más rigurosa vida de observancia regular. Pronto todas las monjas se fijaban en Inés y trataban de copiar sus virtudes. Era como una regla viva para todas. Ella, en compañía de Margarita, que había sido su maestra y guía en la vida monacal, dio comienzo a la fundación de un convento que pronto llamaría la atención por la irradiación de frutos de santidad que de él se desprenderían por toda aquella comarca. Fue el célebre convento de Proceno en el que a sus dieciocho años ya fue nombrada abadesa del mismo. Durante este tiempo atendía a todo y a todos sin sufrir mengua por ello su dedicación y entrega al Señor. Sentía dejar al Señor por los hombres, pero veía que ésta era su obligación y a ella se entregaba de lleno. No parecía que fuera todavía casi una joven por los ejemplos de madurez que a todos daba. Se olvidaba de sí misma y se entregaba a los cuidados que la obediencia le había encomendado...

Cuentan sus biógrafos que la Divina Providencia iba sembrando de flores de prodigios la vida de Inés. Las mismas monjas son testigos de muchos de estos prodigios... Como la fama de Proceno se extendía de día en día, los buenos hijos de Montepulciano quisieron que también allí, en su pueblo natal, hiciera otra fundación para que sirviera como de irradiación espiritual y saneamiento de costumbres. En poco tiempo obtuvo del Papa los necesarios permisos y el Señor empezó a obrar allí como lo había hecho antes en Proceno. Las gracias del cielo se multiplican. Los éxtasis, arrobamientos, milagros y mensajes que recibe del Señor son casi diarios. Ella lo comunica por obedecer y son muchas las almas que por su medio se enriquecen espiritualmente y cambian de vida. Cae enferma. Tiene sólo cuarenta y tres años. Sufre mucho. Obra milagros en aquella misma hora de su muerte. Es el 20 de Abril de 1317.
Fue muy dada a la oración desde que tuvo uso de razón. Parece ser que era una contemplativa precoz. Se retiraba a lo más escondido de su casa y allí pasaba horas y horas entregada a los más tiernos coloquios con el Señor. Rezaba decenas y centenas de Ave Marías y Padrenuestros ensimismada en pensar lo que sus labios pronunciaban. Más de una vez la descubrieron sus padres y deudos arrobada en éxtasis.

En cuanto descubrió el significado de la virtud de la castidad, se consagró en cuerpo y alma al Señor. Pasaba un día de Gracciano Vecchio hacia Montepulciano cuando, según cuenta un biógrafo, una gran bandada de cuervos volaba sobre su cabeza amenazándola. Pero ninguno se atrevió a herirla ni rozarla. Era que pasaba delante de una casa de mala reputación y querían aquellos bichos atemorizarla y obligarla a que también ella formara parte de aquellas pobres mujeres. Su pureza quedó siempre sin mancilla porque trató de evitar cuanto empuja hacia el pecado.

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